domingo, 4 de octubre de 2009

SU HIJO ES ECUÁNIME


Es decir, tiende a mantener un estado de ánimo estable. En palabras más sencillas, su hijo no es nada llorón.
¿Cómo que no, si se pasa el día llorando? Los niños pequeños, es cierto, lloran más a menudo que los adultos y por eso solemos decir que los niños son llorones.
¿Y si resulta que, simplemente, tienen más motivos para llorar?
«Es que lloran sin motivo», me dirá usted. «Lloran por cualquier tontería. » Lloran, según la edad, porque se les cae una torre de piezas de construcción, porque no les compramos un helado, porque les llevamos al médico, porque no vamos cinco minutos, porque no encuentran la teta a la primera, porque les cambiamos el pañal, porque les secamos el pelo... Ningún adulto lloraría por esas cosas, desde luego.
¿Y por qué lloraría usted? Haga un experimento: siente en su regazo a su hijo de uno o dos años y dígale las cosas más tristes que se le ocurran: «Te van a hacer una inspección de hacienda. » «Te han despedido del trabajo. » «Te están saliendo unas patas de gallo espantosas. » «Tu equipo de fútbol baja a segunda... » No llorará. Las cosas que nos hacen llorar a los niños y a los adultos son totalmente distintas.
Entre las cosas que con más frecuencia hacen llorar a un niño pequeño están:
— Separarse dos minutos de su madre.
— Intentar hacer algo que no le sale.
— Notar algo raro y no saber qué es.
— Necesitar algo y no saber cómo conseguirlo.
Todas ellas son cosas, para su desgracia, que pueden ocurrir (y ocurren) varias veces al día. En cambio, las cosas que nos hacen llorar a los mayores ocurren sólo de tarde en tarde. Por eso parece que somos menos llorones, pero no es cierto. Si nuestro equipo bajase a segunda varias veces al día, si nos despidiesen del trabajo cada mañana, si se muriesen cada día varios de nuestros mejores amigos, nos pasaríamos también el día llorando.
(Dr. Carlos Gonzáles)

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